sábado, 25 de diciembre de 2010

El tren


Esa noche había llegado a la estación con un cansancio y un sueño desacostumbrados, la mochila al hombro como siempre, cargada, el abrigo de flecos lánguidos, la pollera larga y angosta y esas botas que calzaba en días especiales. Mientras iba entrando al hall central vuelve a cruzar por su mente el mismo pensamiento que noche a noche la invadía al atravesar ese umbral: que estaba entrando en una zona de cruce de caminos, de bifurcaciones posibles, de llegadas y partidas, sólo tenía que dejarse llevar por el impulso de subir a cualquiera de los trenes que partían hora tras hora y su vida cambiaría para siempre, llegaría a un destino incierto, comenzaría una nueva vida. Así pensaba mientras llegaba al barcito, su preferido, para pedir siempre medialunas con café con leche ya que no podía querer otra cosa en la estación; elegía siempre la misma mesa del rincón desde donde divisaba la cartelera que anunciaba los horarios de salida de los trenes y sus destinos y volvía a tentarse cuando escuchaba esa acostumbrada voz anunciando una partida hacia quién sabe qué lejano confín. Pero ahí quedaba su impulso, coartado, después de todo era una chica de la gran urbe, del cemento, del smog, de la soledad en el bullicio, de la tristeza, de la pobreza, del hambre y también de la ilusión de la noche, de las luces de neón, de la mística de los cafecitos de Buenos Aires con nostalgia de tango.

Mientras pensaba no podía quitar los ojos de ese conglomerado de letras blancas que noche a noche aparecía frente a sus ojos anunciando arribos y partidas. Pero de pronto notó que, hoy, el cartel del andén número 2 tenía algo diferente que no alcanzaba a distinguir con claridad, parecían unas lucecitas de colores que brillaban intermitentemente, como anunciando algo desacostumbrado. Apuró el café con leche porque no leía bien y quería rápidamente saber de qué se trataba... No pudo dejar de recordar aquel famoso cartelito de un famoso libro del cual no recordaba el nombre, que decía ¨solo para locos¨, ¿sería este también un cartel para locos? se preguntaba mientras se acercaba intentando distinguir lo que al fin lee: ¨Abordar si no se desea volver¨ y aclaraba abajo ¨tú puedes elegir el destino¨. Cuando lo lee tiene la impresión de que siempre había estado esperando este anuncio aún sin saberlo. Sintió un pequeño escozor en el cuerpo sin embargo no hubo de pensarlo demasiado, parecía que mucho antes de ese momento ella ya había tomado la decisión. Miró hacia arriba y vio a una paloma que se escabullía hacia el cielo abierto por un vidrio roto en la cúpula de la estación.

Se dirige hacia el andén y decidida asciende a su vagón, parecía vacío, pero no, había alguien en el otro extremo, era la imagen de un hombre en una zona obscura del coche, era alguien a quien una sombra parecía cubrir y no dejaba ver claramente sus rasgos ni su silueta, se parecía a una de esas imágenes del negativo de las fotos. El tren empieza a moverse lentamente en medio de una niebla intensa, comienza a cruzar por barrios que ella no conocía esforzándola a mirar atentamente hacia afuera buscando alguna señal que le indicara dónde se encontraba, pero pronto las lucecitas fueron quedando atrás y el vagón se cubrió de una leve penumbra. Cuando ya estaba por quedarse dormida escucha que el pasajero desde atrás le dice algo, somnolienta ella le contesta con monosílabos pero afablemente, después de todo el viaje iba a ser largo según le habían informado. De a poco se va estableciendo un diálogo que cada vez se hace más y más intenso hasta lograr despabilarla. Extrañamente aumenta en ella una fuerte sensación de conexión con ese misterioso pasajero, le gusta esa comunicación que parecía tácitamente prohibir el acercamiento, ambos sabían que no debían ni ella mirar hacia atrás ni él acercarse hacia donde ella se encontraba. Paulatinamente querían saber más el uno del otro en una suerte de buscar coincidencias. Así pasaban las horas y el diálogo, por momentos hilarante, se hacía interminable y los iba agotando. Hasta que ella, tal vez por ese espíritu transgresor que la caracterizaba, se dispone a romper la regla de prohibición, quería que algo cambiara y efectivamente algo cambió. Mediante un giro repentino vuelve su mirada hacia atrás, al girar sabía que el violar algo establecido podía acarrear un resultado no deseado, sin embargo quería hacerlo de todos modos. Al mirar presurosa hacia los asientos traseros observó que allí no había ningún pasajero, que ni siquiera quedaba de él la silueta en sombras que había visto al subir.

Una rara sensación de inconsistencia la hizo estremecer, se tomó la cabeza con las dos manos y comenzó a reir y a reir, casi a carcajadas, hasta que se quedó dormida por muchas horas. Recién despierta cuando el tren empieza a frenar en una localidad extraña, gris, de apariencia solitaria e inmediatamente viene a su mente el recuerdo de su querida ciudad, del bar de la estación, de las palomas, de los canillitas y una lágrima cae por la comisura de sus ojos. Desciende lentamente y se dirige hacia la ventanilla para preguntar a qué hora sale el tren de vuelta pero sólo escucha un silencio, hasta que alguien contesta que ese viaje no tiene vuelta. Un grito se le ahoga en el cuerpo y cree que va a morir hasta que alguien le toca la espalda. ¨Señorita... señorita... creo que está por salir su tren... no terminó su café con leche hoy... mañana la compenso con una medialuna más¨, le dice el mozo con una sonrisa cariñosa. Ella lo mira agradecida mientras toma su mochila, le devuelve la sonrisa y se va.

Llamado



Extraño que me digas que estoy equivocada y no sentir que me caigo en un abismo. Extraño que me calmes diciendo: no es tan grave eso que te asusta. El verte sonreir cuando llegaba, tu manera de mirar mis ojos para saber si te entendía. Extraño tu locura hesseniana, esa que te aisla y te lastima, tu eterno chocar con lo imposible. Extraño tus imperfecciones, tus delirios, tu reírte de aquellos que odiaban tus locuras. Quiero encontrar tus acordes, te llamo y no apareces sino en esta pobre memoria mía tan compleja como tuya. Sé que aún no he muerto en ti, no necesito certeza, igual que tú lo sabes, que tampoco has muerto en mí. Sin embargo no te encuentro por aquí, no estás en donde estabas, no puedo correr a visitarte y sonreír a tu mirada, a mostrarte que iluminabas mi vida, acompañarte al cuarto obscuro para revelar realidades que quedaban dibujadas, Si es que hay mundos paralelos y andas cerca mío escúchame, pon en alerta tus oídos que saben de matices, horada el tiempo y el espacio que te aleja, búscame en los intersticios de tu alma, socórreme. Si me encuentras en las páginas de ese libro, esas que te subrayaba, recuerda que sin remedio el día ya ha llegado.

Hojas en blanco


Como todos los días estaba en su cuarto intentando escribir, papeles y papeles sobre su pequeño escritorio, la mente en blanco y un girar y girar siempre sobre los mismos significantes. Por la ventana se veía caer la tarde en la sombras, cerró la puerta y dejó caer su cabeza sobre el escrito inconcluso con el secreto deseo de que esa idea que empezaba a rondar por su mente tomara forma para poder escribirla, pero la vence el sueño.

A la hora una leve brisa fría la despierta y al girar su cabeza puede ver que una pared pequeña, de tres hileras de ladrillos, había sido levantada frente a la puerta del cuarto, le pareció extraño pero no le dio importancia, pensó que era producto de su imaginación, una ilusión óptica en la oscuridad, estaba muy cansada por lo que se metió en su cama y durmió. Ciertos ruidos alteraron su sueño pero no lograron despertarla hasta que la luminosidad del día entró por algún lugar de la habitación cercano al techo. Se asombra cuando, al mirar, ve que la ventana y la puerta habían sido, ambas, selladas completamente con ladrillos. Se extraña también de no escuchar el bullicio propio de ese momento del día, mira el reloj que marca las 8 y piensa que a esa hora los ruidos deberían inundar el ambiente, pero enseguida se distrae al mirar las hojas en blanco sobre el escritorio y vuelve a sentir una angustia que le oprime la garganta al ver que sus pensamientos seguían negándose a brindarle ideas.

Pensó en Julián, él ya debía estar en su oficina, tal vez hasta debió haber dormido junto a ella hasta levantarse con sigilo para no despertarla. El era siempre tan silencioso...obstinadamente silencioso... ella sentía a ese silencio como si fuera un muro, era como no poder verlo, no poder imaginarlo, no saber qué pensaba, no sabía nada de él a pesar de que hacía años que compartían la vida juntos. En los primeros años de la relación ella le había reclamado insistentemente que fuera más explícito, que hablara de él, que el vivir así era descarnado, era como estar sin piel, dolía. El le decía ¨pero yo estoy¨ y era verdad él estaba, siempre estaba. Así fue como un día ella se empezó a encerrar en su cuarto y comenzó a escribir, ya no le alcanzaba con leer, al principio le resultó fácil pero al tiempo empezó a sentir que ya no podría escribir más y tampoco quería hablar más ¿para qué? ¿para quién? ... haría como Flaubert callaría para siempre. Pero cuando se proponía hacerlo las lágrimas empezaban a rodar por sus mejillas sin parar. Una vez había ido a un psicoanalista y le había hablado de una hiancia, cosa que ella mucho no entendió pero con el tiempo pudo ver que esa hiancia era esa especie de agujero que llevamos siempre en el centro de nuestro ser y supo, además, que nunca podría desprenderse de eso, solo la muerte la calmaría ¿cómo sería estar muerta? ¿no lo estaría ya? en ese momento, al escuchar el mismo canto de los pajaritos que había oído al ir a visitar la tumba de su papá se dijo: ¨sí efectivamente estoy muerta, no es feo, no se siente nada, si hasta puedo abrir los ojos¨ y al hacerlo ve un rayo de sol que entra por la ventana y se posa sobre las hojas en blanco en su pequeño escritorio.