sábado, 25 de diciembre de 2010

Hojas en blanco


Como todos los días estaba en su cuarto intentando escribir, papeles y papeles sobre su pequeño escritorio, la mente en blanco y un girar y girar siempre sobre los mismos significantes. Por la ventana se veía caer la tarde en la sombras, cerró la puerta y dejó caer su cabeza sobre el escrito inconcluso con el secreto deseo de que esa idea que empezaba a rondar por su mente tomara forma para poder escribirla, pero la vence el sueño.

A la hora una leve brisa fría la despierta y al girar su cabeza puede ver que una pared pequeña, de tres hileras de ladrillos, había sido levantada frente a la puerta del cuarto, le pareció extraño pero no le dio importancia, pensó que era producto de su imaginación, una ilusión óptica en la oscuridad, estaba muy cansada por lo que se metió en su cama y durmió. Ciertos ruidos alteraron su sueño pero no lograron despertarla hasta que la luminosidad del día entró por algún lugar de la habitación cercano al techo. Se asombra cuando, al mirar, ve que la ventana y la puerta habían sido, ambas, selladas completamente con ladrillos. Se extraña también de no escuchar el bullicio propio de ese momento del día, mira el reloj que marca las 8 y piensa que a esa hora los ruidos deberían inundar el ambiente, pero enseguida se distrae al mirar las hojas en blanco sobre el escritorio y vuelve a sentir una angustia que le oprime la garganta al ver que sus pensamientos seguían negándose a brindarle ideas.

Pensó en Julián, él ya debía estar en su oficina, tal vez hasta debió haber dormido junto a ella hasta levantarse con sigilo para no despertarla. El era siempre tan silencioso...obstinadamente silencioso... ella sentía a ese silencio como si fuera un muro, era como no poder verlo, no poder imaginarlo, no saber qué pensaba, no sabía nada de él a pesar de que hacía años que compartían la vida juntos. En los primeros años de la relación ella le había reclamado insistentemente que fuera más explícito, que hablara de él, que el vivir así era descarnado, era como estar sin piel, dolía. El le decía ¨pero yo estoy¨ y era verdad él estaba, siempre estaba. Así fue como un día ella se empezó a encerrar en su cuarto y comenzó a escribir, ya no le alcanzaba con leer, al principio le resultó fácil pero al tiempo empezó a sentir que ya no podría escribir más y tampoco quería hablar más ¿para qué? ¿para quién? ... haría como Flaubert callaría para siempre. Pero cuando se proponía hacerlo las lágrimas empezaban a rodar por sus mejillas sin parar. Una vez había ido a un psicoanalista y le había hablado de una hiancia, cosa que ella mucho no entendió pero con el tiempo pudo ver que esa hiancia era esa especie de agujero que llevamos siempre en el centro de nuestro ser y supo, además, que nunca podría desprenderse de eso, solo la muerte la calmaría ¿cómo sería estar muerta? ¿no lo estaría ya? en ese momento, al escuchar el mismo canto de los pajaritos que había oído al ir a visitar la tumba de su papá se dijo: ¨sí efectivamente estoy muerta, no es feo, no se siente nada, si hasta puedo abrir los ojos¨ y al hacerlo ve un rayo de sol que entra por la ventana y se posa sobre las hojas en blanco en su pequeño escritorio.



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