lunes, 10 de octubre de 2011

Zapatos negros de encaje


Hoy su propia ciudad le parecía Buenos Aires. No había ido hacia ella sino que, magestuosa, ella había venido a su encuentro. Se sentó debajo de los tilos. Percibía su perfume y en la sombra de húmedo frescor, las hojas parecían bailotear una melodía familiar. Una sonrisa apareció en su rostro como regalando ternura a los transeúntes, que indiferentes no lo percibían. Pero a ella no le importó porque, el destinatario, estaba allí, con ella, cantándole su canción.

La frase, casi inaudible, volvió a instalarse como un susurro en sus oidos. Casi había olvidado que cuando él la pronunciaba, ella se sentía hermosa. Creyó -quiso creer- que él la volvía a ver como entonces, que una y otra vez la recordaba.

Lentamente comenzó a caminar, cada vez más presurosa. Eran las callecitas del centro, las que ella conocía. Los escaparates eran los mismos. Sabía adónde iba. Allí estaba la tienda de zapatos, los vío al borde de la vidriera, los contempló unos minutos y supo que los llevaría consigo. Eran negros, labrados, de encaje y con tacos muy altos. Los calzó un poco incrédula. Vió sus uñas rojas asomar por la punta. ¿Dónde había estado?. Al erguirse sintió que su columna enderezaba su cuerpo. Nuevamente esa sensación de que lo perdido no se había ido todavía. Aún estaba allí. Vio que, desde el espejo, la mujer la miraba y le decía algo que la sonrojó. Salió del local liviana, casi volando, sabía que había adquirido algo valioso, que, como su amada ciudad, había venido a su encuentro.

Y al volver, lentamente, hacia las callecitas de su barrio, creyó -quiso creer- que allí, en la esquina, debajo de ese farol encendido, estaba él, esperándola para sacarla a bailar ese tango arrabalero, que ya se dejaba escuchar.



Fuente de la imagen: zapatos-tacon.com