lunes, 26 de mayo de 2014

Carlos Gardel - Volvió una noche



Volvió una noche, yo la esperaba
Había en su rostro tanta ansiedad
que tuve pena de recordarle
su felonía y su crueldad

Me dijo humilde: "si me perdonas
el tiempo viejo otra vez vendrá
la primavera de nuestras vidas
verás que todo nos sonreirá"

Mentira mentira, yo quize decirle
las horas que pasan ya no vuelven más
Y así mi cariño va al tuyo enlazado
es sólo un fastasma del viejo pasado
que ya no se puede resucitar

Callé mi amargura y tuve piedad
sus ojos azules muy grandes se abrieron
mi pena inaudita pronto comprendieron
y con una mueca de mujer vencida
me dijo 'es la vida', y no la ví más

Volvió esa noche, nunca la olvido
con la mirada triste y sin luz
y tuve miedo de aquel espectro
que fue locura en mi juventud

Se fue en silencio, sin un reproche
busqué un espejo y me quise mirar
había en mi frente tantos inviernos
que también ella tuvo piedad.


domingo, 18 de mayo de 2014

Conjeturas de Borges
Por José Pablo Feinmann
A Juan Carlos Desanzo
El 4 de junio de 1943 hay en la Argentina un golpe de Estado. Son militares con simpatías por el Eje y con antipatías por la oligarquía tradicional pro-británica que ya buscaba en Robustiano Patrón Costas al futuro presidente de la nación. Que un personaje de la oligarquía terrateniente se llame Patrón es verdaderamente un símbolo impecable. También eran impecablemente pro-fascistas los militares del ‘43, que hasta prohíben el lunfardo. Apena –con frecuencia– pensar este país. Y a veces no, a veces es fascinante porque el Bien no está en ninguna parte, la Verdad tampoco. Pareciera, en cambio, inalterable la permanencia trágica del Mal y del Error. ¿Qué había que hacer el 4 de junio de 1943? ¿Salir a la calle a cantar la Marsellesa y aceptar mansamente una candidatura fraudulenta tramada entre los estancieros y la Cámara de Comercio Británica? ¿Salir a la calle a vivar al ejército antibritánico, nacional, proteccionista, patriótico, que tan horrorosamente se parecía a las hordas de Hitler? Borges hizo otra cosa: escribió un poema tan complejo como complejo es el país cuya historia de sangre y desencuentros lo inspiró.
El “Poema conjetural” –pieza clave en la obra borgeana– se publica en La Nación el 4 de julio de 1943; coherente con esas simetrías de la realidad que Borges amaba, la fecha refleja –con la diferencia de un mes– la del golpe militar fascistoide, antibritánico y antioligárquico. “Utilizando el recurso del poeta inglés Robert Browning en sus Dramatis Personae (1864), Borges imagina el monólogo de su ancestro Francisco Narciso de Laprida en el momento en que iba a ser degollado por sus perseguidores” (Borges, una biografía, Horacio Salas). Escribe Borges: “Yo, que estudié las leyes y los cánones, yo, Francisco Narciso de Laprida, cuya voz declaró la independencia de estas crueles provincias, derrotado, de sangre y de sudor manchado el rostro, sin esperanza ni temor, perdido, huyo hacia el Sur por arrabales últimos”. El Sur es, en Borges, el espacio de la barbarie. Ahí encuentra su destino secretamente anhelado en las noches de fiebre, Juan Dahlmann. Hacia el Sur, también, huye Borges en la trama paranoica de “El amor y el espanto”. Son huidas hacia el centro del sentido. Hacia “la letra que faltaba, la perfecta forma que supo Dios desde el principio”. Laprida, como Dahlmann, como Borges, completa su figura dialéctica en el Sur. (Utilizo el lenguaje de la Fenomenología del Espíritu, que Borges desconocía por completo, como tantas otras filosofías que ignoró.) Pero en este civilizado que huye de los bárbaros para encontrarlos está la densidad conceptual del poema. “Yo que anhelé ser otro, ser un hombre de sentencias, de libros, de dictámenes, a cielo abierto yaceré entre ciénagas; pero me endiosa el pecho inexplicable un júbilo secreto. Al fin me encuentro con mi destino sudamericano.” Más allá de Sarmiento, el “Poema conjetural” plantea la experiencia de la verdad, de la síntesis, como una mixtura dionisíaca (el pecho se endiosa con un júbilo secreto). Es el júbilo de la verdadera identidad, de la plenitud del ser alcanzada por medio de la integración enriquecedora, compleja, de los contrarios. Laprida sabe que en el país que habita sólo habrá de ser un culto cuando lo penetre la barbarie, “el íntimo cuchillo”. Ser es ser una contradicción viva, una totalidad ardiente, problemática, conjetural, no definitiva sino abierta. Sartre diría: “una totalidad destotalizada”. El cuchillo de la barbarie completa el rostro del doctor en leyes. “Ya el primer golpe, ya el duro hierro que me raja el pecho, el íntimo cuchillo en la garganta.” Ya civilizado, ya bárbaro, para siempre las dos cosas: eso es ser argentino. Nadie podrá serlo sin llevar en su alma el aliento peligroso de las crueles provincias.
Borges, en el “Poema conjetural”, va más allá de sí mismo. Su propia interpretación del poema es pobre. Suele afirmar que lo escribió cuando ya sentía sobre él la amenaza del peronismo. Pero si el peronismo era (como lo era para Borges) la barbarie, el heredero de las montoneras de Aldao, entonces Borges debió secretamente recibirlo con júbilo, con el secreto júbilo con que Laprida recibe el cuchillo del final, el íntimo cuchillo, ya que esa daga le permite cerrar su rostro incompleto, encontrarse con su destino sudamericano. Esto, claro, estaba muy lejos de las simplezas políticas de Borges. Como poeta, como el gran literato que era, se acercaba a estas complejidades de la historia; pero como hombre político no iba más allá de sus condicionamientos de clase, de sus mezquindades de niño cultivado, de antifederal obstinado, de gorila montevideano, espacio en el que engendra “La fiesta del Monstruo” que es, por su linealidad, por su textualidad frontal y propagandística, la antítesis del “Poema conjetural”.


Fuente: Página12

domingo, 11 de mayo de 2014

Sin aquel ayer hoy no sería

No mirar atrás. No recordar cómo era el amor. No olvidar que no hay restitución de lo que fue.
Es eso lo mejor para no sentir tanta tristeza. Pedir al Todopoderoso que guíe mi letra para conectar con esa esencia confusa y melancólica. Para escribir palabras esquivas buscando aquel lugar; un punto de contacto. Ese que no deja de alejarse. Pedir un testigo, que vea, que sienta, que suene en consonancia. 
Y sino, buscar la última salida. La de creer que él está allí todavía, donde lo pienso. Que busca también el contacto, que no puede olvidar. Que vive con un dejo similar de tristeza. Deseando volver al mismo lugar, el de la partida, aún sabiendo que no hay regreso; ni lugar

domingo, 4 de mayo de 2014

Tú, eterno

Vivimos y morimos en nuestra mente y por nuestra mente. Acá estoy transportada en el tiempo volviendo a esos laberintos, a tus cabellos negros y tu espera en la puerta de entrada, aquella noche de frío intenso. Quisiera que estuvieras aquí. Tu cabeza recostada sobre la mesa mirándome, sin poder sostenerla de tanto amor. La mirada de los otros de marco angustiante a lo que sentíamos. Estaban allí pero desaparecían ante esa ola irrefrenable de algo inenarrable, que se trocaba en la música, la de tu voz, shine on you crazy diamond. No volverá ese tiempo, ni yo seré más, ni tú serás aquel; pero si te viera en la calle un día, mis piernas se aflojarían como cuando te vi aquella tarde doblar la esquina. Dedicaría a ti mi emoción silenciosa y pensaría que te pasa lo mismo. Nada borrará el recuerdo de aquel día de lluvia, cuando empapado viniste a buscarme. Si no fuera por ellos, grabados en los laberintos de mi mente, no viviría hoy, ni mi corazón tendría consuelo. Tu das el color a mi vida, la que fue, y no deja de ser presente en la intimidad de mis noches, cuando vuelves lejano a mi mirada; siempre allí de negro y esperándome. 


miércoles, 12 de febrero de 2014

De regreso

Hoy volví a mi pueblo buscando no se qué. Ahora en mi cuarto espero que algún ruido se escuche alrededor. No hay nadie en las calles; humanos y animales se esconden. Nadie osa asomar a semejante sol. El sudor que me empapa, brota y se desliza por mi piel; recorre cada uno de los surcos de mi cuerpo. Imágenes de la novela de Camus, El extranjero, vienen a mi mente. La leí en mi adolescencia. Estaba tan bien escrita que el autor podía hacerme sentir el tedio, la falta de sentido y el calor que embargaba al protagonista. Ese, ahora soy yo. Siento igual.

Entré por el norte, por la calle central. Caían los rayos del sol de lleno sobre el coche. Me ahogaba. Mi boca se abría para aspirar el aire escaso. Si no llegaba pronto moriría -pensé. Al pasar por el centro del pueblo, al costado de la plaza, algo me pareció familiar. Es reminiscencia, dije, sin prestar mucha atención. El viejo cine todavía estaba allí. De pronto se agolparon los recuerdos y sobrevino la nostalgia. Envuelta en ese ánimo terminé de cruzar la calle principal, hasta el fondo. Doblé a la derecha y allí la divisé, solitaria, a la casa. Se veían desde lejos, la higuera y el ciruelo. Imaginé las brevas reventadas. Al llegar busqué abrir la pesada tranquera que me mostraba el sendero. Vi el caminito, la quinta abandonada, la vivienda. La imaginé por dentro, con sus cuatro paredes, entristecidas pero celosas al guardar entre sus muros las vivencias de familia. Vacía. Nadie de los que habían vivido en ella, la habitaba ya. No estaban. Todos habían muerto salvo yo. Ninguna angustia me embargó. Era para mí, sólo un pensamiento.

Recordé cuando un día mi padre me dijo: nadie pasa por la vida sin dejar huella. de todo ser queda un resto. Esos restos estaban allí. Lo que él había hecho con sus manos, su morada, solitaria, cerrada. Lo que sembró. Lo que ideó. Sus pensamientos y los de mi madre, estaban aún, en el lugar elegido para la higuera y el ciruelo, en los ahora surcos tapados de malezas. En las paredes tardíamente revocadas. En las puertas y ventanas mirando al este, por donde el sol del amanecer nos visitaba. En el fondo, los cacharros viejos y oxidados no habían desaparecido, eran eternos. El angosto pasillo entre la medianera del vecino y la pared de la casa por dónde pasábamos para escondernos de los retos. Me producía miedo recorrerlo pero igual lo hacía; le temía a las arañas, único bicho peligroso para mí. Hacia la esquina, la casa de Don Vasco. Más recuerdos sobrevinieron. También ellos murieron, excepto Felicitas, esa amiga casi hermana que escuchaba mis delirios. La chica de la pollera azul con mucho vuelo, para disimular su extremada flacura. La sensación de seguridad que me daba. Siempre estaba. Pero un día la abandoné. Fui yo la que se fue. Y aunque luego volví, ya nunca fue lo mismo. Cortar las cadenas es para siempre. Tanto lo aprendí que a futuro tendí a no romper vínculos hasta que la vida, en su devenir natural, lo hiciera. No se si fue lo mejor, pero así fue. Hoy ya no. No hay nada que me ate. Puedo ir y volver sin esperar a nadie ni a nada. Nada se rompe si no hay nada. Solo estoy yo con mis pensamientos. Tampoco hay sufrimiento. Solo un extraño saber de que al irme solo quedará algún rastro en mi pueblo.


lunes, 13 de enero de 2014

Un día de verano de 2014



Acá estoy, luchando con el calor. Me levanté temprano y dejé todo cerrado para mantener fresquito. Al rato la casa se me empezó a calentar y yo empecé a chorrear agua por el cuello, hasta que me dije voy a abrir la puerta para que corra un poco de aire. Pero cuando lo hago una ráfaga de aire caliente me quemó las pestañas. El gato que estaba tirado en el suelo hacía 3 horas se sobresaltó y salió corriendo hacia mi habitación donde tiene prohibido entrar. La tortuga venía caminando rápido por un caminito del jardín, con el cogote levantado como diciendo: ¨Ay, que no me cierre la puerta porque quiero agua¨. Entonces comprendí que el calor no me afectaba a mi solamente sino también a mis animales, que son en realidad adoptados, pero eso te lo cuento otro día. Habiendo comprendido esto decidí enfocar el ventilador hacia el gato para que se refrescara, pero empezó a estornudar y toser porque tiene asma y parece que el aire de golpe le pegó mal. Mientras tanto la tortuga ya cruzaba casi corriendo por el medio de la cocina hacia el patiecito del fondo, donde hacía más o menos 55 grados de calor, con baldosas. Entonces corro a agarrar la manguera para echarle agua al pobre animal, para que no se le achicharraran las patas y veo que me mira con esos ojitos inexpresivos pero que esta vez parecían decirme ¨gracias¨. De a poco va estirando las patitas para aplastar su panza contra el suelo como simulando estar en un río. Para esto el gato volvió a tirarse en el suelo y allí se quedó, porque seguramente ese es su mejor lugar. Así que aquí estamos esperando que caiga la tarde para asomar la nariz afuera e irme un rato a caminar por la costa. Si pudiera me los llevaría pero creo que no sería una buena idea.

miércoles, 8 de enero de 2014

El río


Ayer fui temprano a caminar por la playa. En dirección a Punta Mogotes. No había nadie, solo algún lejano trasnochado durmiendo. Ya había caminado unos cien metros por los bordes del mar, adonde llegan las olitas, esas que no vuelven sino que se absorben en la arena, cuando veo un río, de agua de mar, en su desembocadura. Sí, un río. ¿Y este río que hace acá?, me pregunté. Decido seguirlo. Me meto en el cauce y sigo caminando por él, ¿a ver a dónde me lleva?. No se veía el nacimiento. La corriente iba hacia el mar y yo iba en contra, cuando no. Tiene su encanto. Caminé bastante, el agua me llegaba arriba de los tobillos, de pronto la corriente se hace más suave hasta que no circula más, solo la mueve el viento, como en las lagunas. Sigo, hasta que por allí veo que estoy llegando al otro extremo y que el rio se hace como un hilo. Luego se diluye en la arena. El mar ha llegado hasta aquí en la madrugada, me dije, y el agua buscó la salida al mar rodeando la isla de arena que se le interponía. Es lindo caminar por un río, pensé. Me dió lástima que se terminara. Seguí caminando hasta que decidí retornar. Voy a volver por el mismo lado, dije. Cuando me encuentro otra vez con el río me interno en él nuevamente, pero al rato algo me causa sorpresa. Estaba pasando por un tramo donde el agua me llegaba a la mitad de la pantorrilla. No fue así cuando iba. ¿Cómo puede ser?. No sé, tal vez una ola muy grande volvió a llegar hasta este lugar, pensé dudosa. No era el mismo río. Lo era y no lo era. Me acordé de Heráclito que decía: ¨no nos podemos bañar dos veces en el mismo río¨, nada más literal en este caso. Como en la vida. No es lo mismo ir, que volver. Ni uno es igual, ni el camino es el mismo. Finalmente llegué a la correntada del comienzo y salí de él. Había sido lindo recorrerlo. Después me fuí. Estaba contenta porque me habían quedado los pies muy limpitos y relucían mis uñas rojas.

Fuente: mi facebook