lunes, 13 de enero de 2014

Un día de verano de 2014



Acá estoy, luchando con el calor. Me levanté temprano y dejé todo cerrado para mantener fresquito. Al rato la casa se me empezó a calentar y yo empecé a chorrear agua por el cuello, hasta que me dije voy a abrir la puerta para que corra un poco de aire. Pero cuando lo hago una ráfaga de aire caliente me quemó las pestañas. El gato que estaba tirado en el suelo hacía 3 horas se sobresaltó y salió corriendo hacia mi habitación donde tiene prohibido entrar. La tortuga venía caminando rápido por un caminito del jardín, con el cogote levantado como diciendo: ¨Ay, que no me cierre la puerta porque quiero agua¨. Entonces comprendí que el calor no me afectaba a mi solamente sino también a mis animales, que son en realidad adoptados, pero eso te lo cuento otro día. Habiendo comprendido esto decidí enfocar el ventilador hacia el gato para que se refrescara, pero empezó a estornudar y toser porque tiene asma y parece que el aire de golpe le pegó mal. Mientras tanto la tortuga ya cruzaba casi corriendo por el medio de la cocina hacia el patiecito del fondo, donde hacía más o menos 55 grados de calor, con baldosas. Entonces corro a agarrar la manguera para echarle agua al pobre animal, para que no se le achicharraran las patas y veo que me mira con esos ojitos inexpresivos pero que esta vez parecían decirme ¨gracias¨. De a poco va estirando las patitas para aplastar su panza contra el suelo como simulando estar en un río. Para esto el gato volvió a tirarse en el suelo y allí se quedó, porque seguramente ese es su mejor lugar. Así que aquí estamos esperando que caiga la tarde para asomar la nariz afuera e irme un rato a caminar por la costa. Si pudiera me los llevaría pero creo que no sería una buena idea.

miércoles, 8 de enero de 2014

El río


Ayer fui temprano a caminar por la playa. En dirección a Punta Mogotes. No había nadie, solo algún lejano trasnochado durmiendo. Ya había caminado unos cien metros por los bordes del mar, adonde llegan las olitas, esas que no vuelven sino que se absorben en la arena, cuando veo un río, de agua de mar, en su desembocadura. Sí, un río. ¿Y este río que hace acá?, me pregunté. Decido seguirlo. Me meto en el cauce y sigo caminando por él, ¿a ver a dónde me lleva?. No se veía el nacimiento. La corriente iba hacia el mar y yo iba en contra, cuando no. Tiene su encanto. Caminé bastante, el agua me llegaba arriba de los tobillos, de pronto la corriente se hace más suave hasta que no circula más, solo la mueve el viento, como en las lagunas. Sigo, hasta que por allí veo que estoy llegando al otro extremo y que el rio se hace como un hilo. Luego se diluye en la arena. El mar ha llegado hasta aquí en la madrugada, me dije, y el agua buscó la salida al mar rodeando la isla de arena que se le interponía. Es lindo caminar por un río, pensé. Me dió lástima que se terminara. Seguí caminando hasta que decidí retornar. Voy a volver por el mismo lado, dije. Cuando me encuentro otra vez con el río me interno en él nuevamente, pero al rato algo me causa sorpresa. Estaba pasando por un tramo donde el agua me llegaba a la mitad de la pantorrilla. No fue así cuando iba. ¿Cómo puede ser?. No sé, tal vez una ola muy grande volvió a llegar hasta este lugar, pensé dudosa. No era el mismo río. Lo era y no lo era. Me acordé de Heráclito que decía: ¨no nos podemos bañar dos veces en el mismo río¨, nada más literal en este caso. Como en la vida. No es lo mismo ir, que volver. Ni uno es igual, ni el camino es el mismo. Finalmente llegué a la correntada del comienzo y salí de él. Había sido lindo recorrerlo. Después me fuí. Estaba contenta porque me habían quedado los pies muy limpitos y relucían mis uñas rojas.

Fuente: mi facebook